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lunes, 5 de septiembre de 2011

A 86 años de una masacre en el norte argentino


Pueblos Originarios
A 86 años de una masacre en el norte argentino
Napalpí, las heridas aun no cierran
Con el afan de ganar tierras para el avance de la producción capitalista, el estado asesinó a aborígenes qom y mocovíes que realizaban una huelga rural con el pretexto de una sublevación indígena. Raconto de una matanza que aun no esta plenamente esclarecida.
A 86 años de una masacre de Napalpí, en el norte argentino
Foto Archino
Por Germán Gonaldi | Desde Roque Sáenz Peña, Argentina
23|07|2010
Aquí en Colonia Aborigen, a 40 kilómetros de la ciudad de Presidente Roque Sáenz Peña, en el corazón de la provincia del Chaco, hace 86 años asesinaron a mas de doscientos indígenas, en nombre de la civilización y del progreso; dos centenares de personas que realizaron una huelga rural por mejores condiciones laborales en la cosecha del algodón, cultivo emblemático –hasta la llegada de la soja en los ‘90- en esta región del norte argentino.

La historia de aquella masacre cuenta que en Napalpí, lugar de los muertos en lengua qom (toba), aquella mañana del 19 de julio de 1924 unos ciento quince integrantes de la policía chaqueña, apoyada por colonos blancos entraron a la reducción aborigen habitada por unas 800 personas para sofocar “un sublevamiento indígena” según la autoridades de ese momento, encabezadas por el gobernador Fernando Centeno, declarado cultor del “orden y prosperidad” y de las empresas extranjeras como portadoras del progreso.

Y para ello no ahorraron balas, machetazos ni crueldad: a sangre fría asesinaron a aborígenes tobas, mocovíes, vilelas y algunos peones blancos que trabajaban en la cosecha del algodón y estaban concentrados allí por una tradicional fiesta la noche anterior.

En la comunidad ya sabían de los movimientos de las fuerzas represivas pero no sospechaban nada de lo que pasó posteriormente. No era posible imaginarlo.

Previamente un avión había pasado para reconocer el terreno y de paso descargó algunas ráfagas.

Cuando la indiada, indefensa sin armas, huía hacia los montes la tropa entro a la toldería y terminó su obra, matando y descuartizando a machetazos a los heridos, incluidos mujeres, ancianos o niños, y cortando los testículos, orejas y el pene al jefe de la comunidad y otros indígenas, que luego fueron mostrados como trofeo de guerra en la comisaría de la localidad de Quitilipi, desde donde habían partido los civilizados agentes del orden.

Posteriormente los policías quemaron las tolderías para borrar rastros y hacerlas pasar como que los mismos miembros de la comunidad lo habían hecho en la huida. Empalaron los cuerpos y los restos fueron arrojaron en fosas comunes o a pozos de agua. Saquearon todo lo que había, desde animales hasta utensillos de cocina e instrumentos musicales. Para que no haya testigos, luego inició una persecución a los sobrevivientes que duró varios meses.

La huelga indígena inauguraba por aquella época un modo desconocido e intolerable para la autoridades y los señores blancos propietarios de tierras, que no concebían que un grupo de aborígenes a los que apenas les reconocían humanidad tuvieran conciencia de la cuasi esclavitud a la que estaban sometidos. La comunidad trabajaba en la cosecha del algodón, trabajo estacional que complementaban con la extracción de madera e iba sustituyendo poco a poco al tradicional cultivo de la algarroba.

Los aborígenes vivían en comunidad en una reducción, categoría jurídica que pretendía solucionar el “problema indígena”. Ya la palabra misma, reducción, remite a un concepto negativo: había que domesticar a los indios, civilizarlos, incorporarlos al sistema productivo del mercado capitalista, quitarles su costumbres, su forma de vida, su libertad. Reducirlos.

En ese momento, la reducción quiso ser una medida progresista que intentaba, por medios pacíficos, tomar tierras para la producción agropecuaria despojando a los nativos y confinarlos en una pequeña parte de territorio a las comunidades, que serían ahora usadas como fuente de mano de obra barata.

Crear reducciones en el Chaco –también en Formosa- fue una diferencia importante, aunque no suficiente de aquel “movimiento pacificador” que el ejército argentino, entre 1907 y 1912, bajo el Estado oligárquico de Figueroa Alcorta, desplegó no tan pacíficamente, exterminando a mas de 8 mil indígenas qom, mocovíes, pilagá, y charrua sembrando un terror sin límites, con el objetivo de terminar de ocupar militarmente el territorio, ya iniciado en 1883 con otra campaña sangrienta, cuenta Pedro Jorge Solans en su libro “Crímenes en Sangre”.

La reducción de Napalpí había sido creada en 1911 con la presidencia de Roque Sáenz Peña, como instancia superadora de la violencia anterior. Funcionó sin mayores conflictos hasta 1924, cuando se inició la huelga que termino en la masacre. Los motivos de la protesta fueron puntuales: pretendían deducir un 15 por ciento en la cosecha del algodón, además de impedirles a los trabajadores migrar hacia los obrajes de Salta, donde las condiciones de trabajo y la paga eran mucho más favorables que en el Chaco.

Esta última medida había sido un pedido de los propietarios de campos algodoneros de Machagai, Quitilipi y Sáenz Peña al gobernador Centeno, que veían como los cosecheros, en su mayoría indígenas pero también campesinos correntinos y santiagueños, se iban de sus haciendas privándolos de la mano de obra tan necesaria.

Luego de una serie de incidentes menores en los que murieron indígenas y colonos blancos, el gobierno provincial, fogoneado por la prensa, empezó a hablar de “sublevación indígena”. La presión de los productores también fue muy efectiva; se hablaba de que los indios se estaban movilizando para atacar a los pueblos. Inclusive en el norte de Santa Fe, la población entró en pánico al hacerse eco de los rumores que decían de colonias arrasadas por los originarios en el Chaco. Se comentaba que había“malones”, modalidad que nunca fue la costumbre de los aborígenes toba qom y mocovíes.

El resto ya fue contado. La masacre, la muerte, la persecución en los días posteriores por parte de la policía que arrojó acciones tales como empalar por la vagina a una joven de 17 años y arrojar a su bebe al aire para que los agentes practicaran puntería con sus armas de fuego. La civilización contra la barbarie.

Vidal Mario, periodista y escritor chaqueño, contó en su libro “Napalpi, la herida abierta”, que 75 años después de la masacre se halló en el Archivo General del Poder Judicial del Chaco el expediente sumarial. El mismo, basado en fuentes policiales, y en el cual no hubo ni un solo testimonio de los sobrevivientes, consigna que hubo un enfrentamiento iniciado por los indígenas, que estos constituían mas de 800 personas armadas con fusiles winchester, remington y carabinas y que sólo habían cuatro muertes, producidas por los mismos indígenas a lanzazos.

El infame informe relataba que había sido una acción de autodefensa, en la que la disparidad de fuerzas hacia pasar a la acción policial como una heroica batalla. Justificaban su avanzada en que, en las semanas previas, los indígenas “cometieron asesinatos, incendios, saqueos y toda clase de atentados contra la vida y la propiedad...”

Las responsabilidades de los funcionarios fueron deslindadas y los policías, incluido el del encargado del operativo, el comisario Sáenz Loza, y el jefe de la policía provincial Ulibarrie, fueron sobreseídos.

ggonaldi@prensamercosur.com.ar

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