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jueves, 3 de noviembre de 2011

A. Paenza: “En matemática se enseña a resolver problemas que nadie tiene” Año 4. Edición número 180. Domingo 30 de octubre de 2011 Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur.com



Acaba de publicar su sexto libro, conduce dos programas de divulgación científica por tele. Y cuenta, anecdótico y convencedor, cómo los números forman parte de la vida cotidiana.
Adrián Paenza toma un sorbo de Coca-Cola y dice: “Sí, debe tener, aunque no llego a darme cuenta de ella”. Lo que debe tener es ideología. Y la que debe tener es la matemática. La pregunta al autor del reciente ¿Cómo, esto también es matemática? parecía brutal: ¿cuál es la ideología de la matemática? Pero la respuesta quitó todo tipo de desmesura y fue dicha en el tono, paradójicamente, calmo y apasionado que caracteriza al conductor de Alterados por Pi yCientíficos industria argentina. Un tono que convence: “La selección que hago de los problemas matemáticos que me interesan llevan mi impronta. No soy un locutor al que le pagan para decir que un producto es bueno cuando no sabe si lo es o no. Cuando me planteé este libro, hablé con Guillermo Schavelzon, mi agente, y me dijo que buscara un hilo conductor del material. Yo pensé: a un escritor de cuentos no se le pide un hilo conductor de un cuento a otro. Y escribí una suerte de prólogo que se transformó en el primer artículo del libro”.
Entonces, apareció otra pregunta, cantada: ¿eso no es ideológico? Y nuevamente el Paenza convencedor: “Sí, claro. En algún lugar, ese artículo contiene lo que yo pienso. Ese artículo tiñe todo el libro”.
Así de simple, así de complicado: Adrián Paenza, doctor en Matemática, periodista deportivo. O, como él mismo se titula: divulgador. El divulgador que acaba de brindar una charla a un grupo de libreros para comentarles de qué va su último libro. ¿Qué les dijo? Que “hay una percepción de que la matemática es algo que no es y por eso produce tantos rechazos”. Y el consejo: “Díganle a los posibles lectores la verdad, que éste es un libro de cuentos, de historias que tienen que ver con la matemática, pero no necesariamente con la que enseñan en el colegio”.
–¿Cómo una cosa que no es puede haber asombrado al chico que usted era?
–Hice el ingreso a la facultad mientras cursaba quinto año. Tenía catorce años. Había nacido en un hogar muy particular, donde tenía toda la libertad para estudiar lo que quisiera. Todos los chicos nacen con una destreza o habilidad, aunque no necesariamente tienen la chance de descubrirla. Hay muchos padres que no pueden dar las oportunidades que mis viejos nos dieron a mi hermana y a mí. Mi viejo estudió filosofía hasta tercer año y no pudo seguir. Mi vieja es una inmigrante polaca que llegó a la Argentina y a duras penas terminó el secundario. Los dos se ocuparon de darnos un menú de posibilidades increíble.
–Un plan revolucionario de educación...
–Y bueno, es así. En general, uno va al colegio y aprende soluciones a problemas que no tiene. Es muy aburrido eso: llegás a un lugar y te obligan a escuchar a una persona que te cuenta algo que no te importa. Cualquier adulto se iría. Un pibe no puede hacer eso. Tiene que sentarse, tomar apuntes. Luego llega a la casa y le dice a los padres que no entiende para qué le sirve todo eso. Y el padre le dice que eso que aprende le va a servir para más adelante. Pero lo dice porque no sabe qué contestar. No sabe cuándo es más adelante. Además, los padres no saben qué decir porque también les pasó a ellos. Y a los abuelos y a los bisabuelos.
–Parece momento oportuno para hacer algo…
–Mezclar y dar de nuevo. La matemática que se enseña no es la correcta. Supongamos que llega un extraterrestre que nunca escuchó nada de nuestra música y quiere aprender. Entonces, le grabamos una selección: la Marcha de San Lorenzo, Aurora, el Himno Nacional. No es que eso no sea música, sino que no habría que empezar por allí. Están Piazzolla, los Beatles, Beethoven, Serrat, miles de cosas. No es que una marcha militar no sea música, pero en el orden de una tabla musical imaginaria debe andar en el lugar 300. ¿Otro ejemplo? Un pibe que nunca jugó al fútbol quiere saber cómo es la cosa. Y uno lo lleva a un campito y le hace formar parte de una barrera. Lo para ahí y le tira pelotazos que el pibe debe esquivar o tratar de no ser golpeado en lugares impropios. ¿Qué va a decir? Que si eso es el fútbol, no quiere. Eso pasa con la matemática en los colegios. Uno empieza por un lugar que, si bien es referente a esa materia, está muy alejado de la seducción matemática. La seducción en el fútbol empieza por mostrarle cómo clavarla en un ángulo, cómo tirar una pared, cómo evitar, justamente, una barrera en un tiro libre. Hay que seducirlo con el gol, no con la imposibilidad de gol.
–¿Jugar con la matemática?
–Mostrar cómo elaborar estrategias. Enseñarle, jugando, a encriptar un mensaje que, enviado de A a C, pueda ser leído por él y por ningún B que lo intercepte. Igual que los benditos machetes. Hay una rama de la matemática que se llama Teoría de Juegos. Bien, no se enseña. La Teoría de Juegos es utilizada seriamente para dividir tierras, zonas pesqueras, ángulos en los satélites. Tiene aplicaciones directas en la vida cotidiana. Si a un pibe uno le pudiera enseñar cómo saltar de pantalla en un video game o cómo ganar una vida en la play station, te prestaría atención. Desde ese lugar habría que hacer modificaciones, consensuar nuevos programas, discutir de nuevo si es necesario el mar de información con un espesor virtualmente inexistente. Creo que habría que elegir cinco o seis temas por año y profundizar en ellos. Y elegir, claro, cuidadosamente las necesidades: no es lo mismo un chico de seis años que uno de catorce.
–Volviendo a esos catorce, pero suyos. ¿Fue en ese momento que nació su inclinación por la matemática?
–No. Yo iba a estudiar química. Cuando empecé el ingreso, con las primeras clases, las materias que teníamos en el primer cuatrimestre eran Matemática y Biología–Geología; en el segundo, Física y Química. Y las primeras clases fueron de Lógica: cómo elaborar razonamientos, cómo hacer silogismos, cómo funcionar con ejemplos y contra ejemplos. Y lo que me sorprendió es que se le quitaba contenido a las frases y se hablaba de los patrones que subyacían. Una noche, llegué a casa y le dije, azorado, a mi viejo: “Nos dicen que las vacas vuelan”.
–Una maravilla matemática...
–Una maravilla. Nos decían: si todos los hombres vuelan y todas las vacas son hombres, luego todas las vacas vuelan. Un silogismo natural donde no importa el contenido. Pensaba: los hombres no vuelan y las vacas no son hombres, pero si los hombres volaran y las vacas fueran hombres, las vacas volarían. Era una cosa extraordinaria. Y descubrí que podía usarla para cualquier cosa, no sólo para hombres, vacas y vuelos. Eso me llevó a pensar que lo que me habían contado de la matemática hasta ese momento no era la matemática. También es verdad que hoy se da un fenómeno particular: colecciones de libros científicos, programas de divulgación, películas como Una mente brillante, obras de teatro como Galileo Galilei. Hay muchas más ofertas desde los medios. Todos los diarios nacionales hoy tienen un especialista en difusión de la ciencia. Antes, cuando empecé a trabajar en la radio en el año ’66, sólo leíamos claves sobre ciencias enviados por las agencias internacionales. Es cierto que ciencia en la Argentina existió siempre, pero la difusión que había era prácticamente nula.
–¿Cómo empezó usted, entonces?
–En 1988, Carlos Ulanovsky era el editor de las páginas centrales deClarín. Un día me llamó y me dijo que escribiera un artículo sobre matemática para que pudiera insertarlo en esas páginas. Yo estaba dedicado de lleno al periodismo deportivo, aunque era profesor de Matemática en la universidad. Era una locura, claro. Pero el 3 de febrero salió publicado ese artículo que Ulanovsky tituló “En defensa de la matemática”. Lo recuerdo muy bien porque mi vieja tiene enmarcadas esas páginas en el living de su casa. El artículo empezaba así: “Matemática, ¿estás ahí? No, me estoy poniendo las preguntas...”. Y seguía con algunos de los problemas que después aparecieron en mi primer libro.
–Más allá del orgullo maternal y del cuadro en el living, ¿cuál fue la repercusión de ese artículo?
–Bueno, no me llamaron para decirme que estaban explotando los teléfonos de Clarín ni que Magnetto quería que me contrataran como articulista especial. Salvo algunas personas dentro de la facultad o en claustros universitarios, pasó totalmente desapercibido. Fue un artículo más. Hoy es distinto. Hay una demanda distinta. Hay canales de televisión como Encuentro, va a salir Tecnópolis TV, está el Discovery Channell, el National Geographic, el Animal Planet. Estás capturando un montón de gente que antes no veía la televisión, y ni hablemos de internet. Cuando yo nací no es que no había internet: no había televisión. Para mi generación, el Tigris y el Eufrates eran dos nombres simpáticos para repetir. Hoy uno puede apretar un botón y ver cómo fluyen los ríos. Eso, naturalmente, tiene un poder de seducción particular. Si a alguien le interesa la arqueología, la antropología, la ciencia que uno elija, hoy existe al alcance de la mano. Y la Matemática tiene su nicho. Sobre todo porque esa ciencia cruza a la sociedad de una manera que antes no era visible.
–Tocó el tema que casi todos preguntan desde la primaria, ¿para qué sirve la matemática en la vida real?
–Hace poco votamos. Saber dónde vota cada uno, hacer una buena distribución de lugares de votación para que cada persona que deba emitir su sufragio no camine, pongamos por caso, más de veinte cuadras, es un cálculo matemático. Saber cómo establecer la red de semáforos en onda verde es un problema matemático. La manera en que se hacen los anteojos es matemática pura. Hablar por teléfono, grabar una canción o la voz de alguien, es matemático. Todas estas soluciones aportaron un cambio cualitativo grandioso. Si pudiéramos mostrarle a cada chico que su videojuego preferido es modificable a su gusto, que puede elegir el grado de dificultad que busque, sería un triunfo de la enseñanza de la matemática. Y, quizás, la seducción potenciara su futuro.
–Mencionó el tema de las elecciones, la injerencia de las matemáticas en la realización del acto electoral. Ahora bien, ¿las matemáticas podrían dar cuenta del resultado electoral?
–Podría, claro, si uno pudiera tomar una muestra al azar. Pero hay que darle una preponderancia máxima a la palabra azar. Hoy se realizan sondeos por teléfono, pero eso limita el universo tomado a quienes tienen teléfono. Pongamos, por caso, la entrega de netbooks que realizó el Gobierno. Eso es un salto cualitativo enorme. Y uno podría empezar a entender con eso por qué se dieron los resultados que se dieron en las elecciones. Volvamos al azar: si tomáramos el padrón electoral completo y se sorteara con un bolillero cinco mil o diez mil personas para preguntarle por su voto, se podría tener una idea bastante acertada de lo que ocurriría con las elecciones. Pero tiene que ser indefectiblemente al azar. Ésa es la condición no negociable. Si seleccionamos zonas o clases sociales o tipos de preguntas o cualquier otro tipo de elementos que incidan de manera directa en el resultado, uno ya está condicionando los porcentajes y la credibilidad de la encuesta.
–¿Es fácil hacer primar el azar en una encuesta?
–Es dificilísimo. Si yo le pidiera a cualquier persona que dijera números al azar, podría decir diez, cien, mil quizá, pero después, sin darse cuenta, comenzará a repetir patrones. Cuando nos cansamos, repetimos números preferidos inconscientemente. Las propias máquinas no pueden dar números al azar, ya que están programadas a través del desarrollo decimal del número pi. Claro que todos estos temas son discutibles: la matemática no está cerrada. Es lo mejor que tiene esa disciplina. Y es lo que no se enseña. Claro que se están produciendo cambios que no puedo valorar ni siquiera podría describir, pero que hay cambios es seguro. Y los estamos experimentando. Nunca pensé que iba a vivir una época como esta.
–Ocupa un lugar en los medios como científico, como matemático. Sin embargo, parece haber abandonado el periodismo deportivo. ¿Qué pasó?
–Fue una época. No reniego de ella, pero no volvería. Trabajar en el fútbol y en el básquet me abrió una infinita cantidad de posibilidades. Viajé por todo el mundo. Y cuando digo todo el mundo es todo el mundo en serio. Arranqué con el mundial 1966 de Inglaterra. Y seguí: ’70 en México, ’74 en Alemania, el ’78 acá, el ’82 en España, el ’86 en México, el ’90 en Italia, ’94 en Estados Unidos, ’98 en Francia, las eurocopas, Túnez. Todo fue muy raro. Tuve una vida muy privilegiada, extraordinaria. Y cuando tuve el problema con Torneos y Competencias, de donde me echaron en 1995, creo que me hicieron un favor.
–¿Lo vivió de esa manera?
–En ese momento no, porque se me cerraron todas las puertas. Pero después vinieron Claudio Martínez y Jorge Lanata y arranqué en la revista Veintitrés, y después en Día D, PeriodistasBuscando la vuelta, Detrás de las noticias. Y después Diego Golombeck y Carlos Díaz con la posibilidad de integrar la colección de libros de ciencia. Y ya voy por el sexto libro. No reniego del deporte. Todo me sirvió. Pero, aclaro, no soy un científico. Ni siquiera soy un buen matemático. Soy un simple difusor de la matemática.
–¿Eso qué quiere decir?
–Que soy un apasionado por tratar de convencer y de seducir con que la matemática no es lo que la gente cree que es. Un tipo que quiere mostrar cómo nos privaron de la posibilidad de aprender todo lo bueno que la matemática ofrece. Nos enseñaron que la matemática casi no se entiende. Y ese rechazo se luce con orgullo, como un emblema: se forma parte de las grandes mayorías que odia la matemática, no como esos raritos que andan jugando con números. Yo disfruto lo que hago. Puedo preguntarle a casi todo el mundo las cosas que no entiendo, que es casi todo, y encima me pagan. Me educo por televisión a la vista de todo el mundo y cobro un sueldo por hacerlo. ¿Qué más puedo pedir?
–Así como en su momento no estuvo de acuerdo con el despido de Torneos y Competencias, ¿se fue de la misma manera amarga de los programas de Lanata, del periodismo cotidiano?
–No fue la misma situación, por supuesto. Llegué a este lugar por Jorge Lanata. Quizá, sin él, hubiera llegado a otro lugar. Pero en el aquí donde llegué, tengo una deuda de gratitud con Jorge. Ningún acontecimiento puntual puede modificar esa gratitud. Luego se dieron las circunstancias para que me fuera. Y en abril de 2002 elegí lo que venía pensando: hacer mi experiencia fuera del país.
–¿No lo tienta el momento político como para un regreso total?
–Claro, cómo no. Es un momento político extraordinario. Ago que nunca pensé que íbamos a vivir. Y lo digo desde el lugar que me toca más: la ciencia. No es que no haya habido ciencia antes de los Kirchner. Ciencia hubo siempre y mucha. Pero no había esta oportunidad de estar sentado a la mesa para tomar decisiones y apoyarse en la ciencia. La Argentina lanzó un satélite en plano de igualdad con la Nasa, discutiendo como pares. Existen el Polo Tecnológico y Científico, Tecnópolis, las políticas de Estado. Antes, a los argentinos nos iba saliendo país. Ahora, aunque haya cosas para mejorar, para cambiar, para hacer, hay gente pensando en el país que queremos. Durante cuatro o cinco años generábamos personas que estaban hipercapacitadas a través de las universidades nacionales y después, al recibirse, los expulsábamos del sistema. Nadie emigra voluntariamente. Había fuga de cerebros por desesperación. Y ahora se dan las condiciones para volver. Hay montones de cosas que están pasando y me maravilla poder verlas. La política, como la matemática, dejó de ser una mala palabra. Y va a ser muy difícil que si en algún momento el Gobierno cambia de signo político se disuelva el ministerio de Ciencia y Tecnología. Están sentadas las bases para una sociedad mejor. Y el proceso de cambios está en marcha. El país está en gerundio: estamos funcionando. Y yo vengo, estoy, grabo los programas, estoy metido en esto. No siento que me haya ido.
Adrián Paenza presenta su libro ¿Cómo, esto también es matemática? el 9 de noviembre, a las 19.30, en el Teatro Maipo, junto a Manu Ginobilli, Víctor Hugo Morales y Claudio Martínez. Las entradas (que se pueden retirar en Sudamericana, Humberto Iº 531) son limitadas y hasta agotar stock.


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