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miércoles, 16 de mayo de 2012

Hollande, la contrafigura de Sarkozy Al asumir, François Hollande quiso mostrarse en los antípodas de su predecesor. Designó como primer ministro a Jean-Marc Ayrault, un socialista moderado, hijo de un obrero y conocedor de Alemania.



or Eduardo Febbro
Desde París
François Hollande inició su mandato bajo una racha de contratiempos. La lluvia y el viento acompañaron su recorrido por los Campos Elíseos en un auto descapotable, luego un rayo alcanzó el avión en el que viajaba rumbo a Berlín para encontrarse con la canciller alemana Angela Merkel. Hollande tuvo que volver a tierra, cambiar de avión y una vez en la capital alemana, Merkel y Hollande tropezaron varias veces en la alfombra roja empapada por la lluvia. El viaje del presidente electo a Alemania fue la primera cita de importancia internacional con una interlocutora, Merkel, a quien Hollande hizo frente proponiendo cambiar la política de austeridad que la canciller alemana promueve en toda Europa como poción curativa de la crisis. Por la mañana, durante el discurso que pronunció en la ceremonia de toma de posesión, François Hollande se inscribió en una posición de ruptura con su predecesor, el conservador liberal Nicolas Sarkozy. Sobria, breve, sin la presencia de sus cuatro hijos ni los de su actual compañera, Valérie Trierweiler, la ceremonia de investidura estuvo a años luz del estilo protagonizado por Sarkozy. Hasta en el más mínimo detalle se buscó marcar la diferencia. El jefe del Estado prometió luchar contra todas las discriminaciones e instó a crear “un nuevo camino para Europa”. Todo lo que dijo el líder socialista fue una suerte de negación del sarkozismo. François Hollande prometió un “Estado imparcial” y fijó tres ejes de la democracia como orientación de su mandato: la democracia social –la negociación con los actores sociales–, la democracia local –el incremento de los poderes locales– y la democracia ciudadana –dar lugar a las iniciativas de la sociedad civil–.
Como lo había manifestado durante la campaña electoral, François Hollande hizo de la juventud y de la justicia dos rumbos irrenunciables de su mandato y de la reconfiguración política de Europa una meta esencial. “En Europa nos esperan y nos miran y voy a proponer a mis socios europeos un pacto que una la necesaria reducción del déficit con el indispensable estímulo de la economía”, dijo el presidente. El mandatario no negó los problemas que arrastra el país: “Una deuda masiva, un crecimiento débil, un desempleo elevado, una competitividad degradada, una Europa que sufre para salir de la crisis”. Sin embargo, recalcó que no había “fatalidad”. Un extenso capítulo de una década de presidencias liberales conservadoras se cerró ayer con la investidura de un hombre que llegó a la cima del poder sin que, hasta hace tan solo un año atrás, nadie hubiese ni imaginado ni apostado por verlo un día entrar en el Palacio del Elíseo como presidente de la República. Hollande siempre se presentó como un hombre “normal”, en contrapunto con la espectacularidad de Sarkozy. François Hollande es el séptimo presidente de la Quinta República y el segundo socialista que llega a la jefatura del Estado después de François Mitterrand –1981-1995–. El nuevo jefe del Estado tiene, con todo, una particularidad: es el presidente de la República que asume el cargo siendo soltero. No se casó ni con Ségolène Royal ni con Valérie Trierweiler. La lenta solemnidad de la ceremonia, la mesura de las palabras y la escasa aparatosidad de los actos empezaron a dibujar otro país en la simpleza cruda de las imágenes. En contraste con Nicolas Sarkozy, Hollande subrayó la idea del Estado “ejemplar” y dijo: “Fijaré las prioridades, pero no decidiré todo y por todos. El Parlamento, el gobierno y la Justicia serán independientes. El poder será ejercido con escrupulosa sobriedad. El Estado será imparcial. Defenderé siempre el laicismo y lucharé contra el racismo y el antisemitismo”. El nuevo presidente destacó que el país necesitaba “reconciliación y unión”. La formación del gobierno recién se conocerá este miércoles, pero la designación del primer ministro fue oficializada el mismo día de la investidura. Se trata de Jean-Marc Ayrault, un político moderado, muy conocedor de Alemania, poco conocido por la opinión pública. El jefe de gobierno no es un adepto de la fastuosidad. “No tengo complejos sociales, pero en París me molesta una forma de elitismo y condescendencia”, dijo una vez. Hijo de un padre obrero, Jean-Marc Ayrault es diputado desde 1986, ha sido desde 1987 presidente de la bancada socialista en la Asamblea Nacional y no pertenece a ninguna de las grandes instituciones educativas que forman a las elites del Estado. Allegado de François Hollande, es, a su manera, una suerte de doble en la humildad.
Antes de salir rumbo a Alemania, Hollande anticipó con su discurso los planteos que, a la distancia, formuló en dirección de una Alemania guardiana de la austeridad. “Necesitamos solidaridad, crecimiento, un nuevo pacto para reducir la deuda estimulando nuestras economías y acuerdos comerciales que respeten la reciprocidad”, dijo. El encuentro con Merkel era el primer paso clave del líder socialista. La confrontación que amenazaba las relaciones entre París y Berlín encontró un punto de consenso que barrió con todos los rumores y especulaciones sobre la salida de Grecia del euro. En el curso de la conferencia de prensa que Merkel y Hollande ofrecieron en Berlín, ambos responsables fueron claros: “Queremos que Grecia permanezca en el euro”, dijo Merkel. Ambos no expusieron sus profundas divergencias. Hollande y Merkel dijeron que estaban dispuestos a “reflexionar” sobre medidas a favor del crecimiento –concepto que defiende François Hollande–, pero no fueron más allá. Se hace evidente que la armonía constatada en torno de la crisis griega y la necesidad de que Atenas no se aleje del euro no se tornó consenso cuando se trató del crecimiento. La palabra provoca una mueca de incomodidad en el rostro de Merkel. “Estoy a favor de la seriedad presupuestaria y eso quiere decir estar a favor del crecimiento, porque sin crecimiento, sean cuales fueren nuestros esfuerzos, no alcanzaremos nuestros objetivos”, recalcó Hollande. En este primer encuentro, Merkel y Hollande optaron por el pragmatismo. No hay contrastes entre los dos. Distantes, suaves, muy calmos, tenaces pero sin pose ni apariencias exageradas, ambos parecen compartir, al menos, la misma inclinación por la mesura y la lentitud. La jornada inicial de la presidencia de François Hollande empezó con el presidente empapado hasta los huesos y un rayo que obligó a su avión a aterrizar de urgencia. Día convulsionado, a imagen y semejanza de una Europa sacudida por las turbulencias y las tormentas de los mercados.

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