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martes, 24 de noviembre de 2015

SIN CHEQUE EN BLANCO


El balotaje del domingo determinó un ganador legítimo, Mauricio Macri, y un escenario de virtual paridad electoral entre el FPV y Cambiemos (apenas 2,8 de diferencia en el total, 700 mil votos que se vuelven 351 mil votos de distancia entre 25 millones de votantes) que abre una disputa de criterios entre halcones y palomas al interior de la alianza que reúne al PRO, a la UCR de Ernesto Sanz (que ya hizo su renunciamien
El balotaje del domingo determinó un ganador legítimo, Mauricio Macri, y un escenario de virtual paridad electoral entre el FPV y Cambiemos (apenas 2,8 de diferencia en el total, 700 mil votos que se vuelven 351 mil votos de distancia entre 25 millones de votantes) que abre una disputa de criterios entre halcones y palomas al interior de la alianza que reúne al PRO, a la UCR de Ernesto Sanz (que ya hizo su renunciamiento histórico) y a la CC de Elisa Carrió.
La escasa diferencia ya condicionó la primera conferencia de prensa de Macri, que tuvo que ceder ante los sectores que le advierten, con algo parecido a la lógica más elemental, que la gobernabilidad futura depende de acuerdos en el Congreso con espacios que no integran Cambiemos, a los cuales el anuncio de un ajuste o una mega-devaluación ponen casi automáticamente en la vereda de enfrente.
La necesidad de moderar a sus referentes menos aptos para la diplomacia entró en la bitácora de sus preocupaciones. Los halcones del macrismo que proponían una política económica de shock proyectaban un triunfo más holgado sobre el FPV (alrededor de 16 puntos) que finalmente no ocurrió. El "estado de gracia" con el que contaban (producto de una derrota sin atenuantes del kirchnerismo y un triunfo por encima de los 60 puntos) tampoco se produjo.
La noticia es que Macri ganó con lo justo e, incluso, anoche había cierto nerviosismo por el resultado –de todos modos ganador, no hay que hacerse los rulos con eso– que arrojará el escrutinio definitivo. ¿Se acortará aun más la brecha? ¿Irá al punto y medio?
Por eso la cautela cuando habló del dólar, sugerida por las palomas. Y por eso, más allá del balbuceo del presidente electo cuando tocó el tema de los juicios por delitos de lesa humanidad, nadie quiso hacerse cargo (tampoco él) del vergonzoso editorial de La Nación que pidió la libertad de 300 represores, argumentando que están presos por políticas de venganza. En un gesto que los enaltece, decenas de periodistas del diario –incluso un puñado que apoyó la candidatura de Macri– salieron a desmarcarse del texto promovido por los accionistas videlistas de la empresa de los Saguier y los Mitre.
Queda en evidencia que, aun entre los sectores antikirchneristas que lo eligieron como presidente, hay bolsones que no aceptarían un drástico giro a la derecha que implique un retroceso salvaje en materia de Derechos Humanos o un brusco latigazo económico que convierta a diciembre en la antesala del caos generalizado. ¿Qué habría pasado, cuál habría sido su opinión, si la distancia con Daniel Scioli hubiera sido de casi 20 puntos?
Hay macristas que quieren que Macri haga política, sobre todo, viendo que en Diputados el FPV sigue siendo la bancada más numerosa, en el Senado cuenta con quórum propio, gobierna 14 de las 23 provincias argentinas y mantiene como líder a Cristina Kirchner que se retira de la Casa Rosada con índices de aprobación similares a los que Macri cosechó en las urnas.
El ajustado margen que le aseguró la victoria es, de alguna manera, también un cepo a sus afanes personalistas y un límite a los halcones de su espacio que vaticinaban escenarios exitosos muy por encima de la realidad de los números finales y se frotaban las manos para aplicar recetas antipopulares desde el vamos.
Fue tan claro el mensaje equilibrado de los votantes que ayer mismo, ante la pregunta sobre qué pensaba hacer con la procuradora, Alejandra Gils Carbó, y el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli, Macri sólo dejó asentado que esperaba que renuncien en un "gesto de dignidad" para que lo dejen gobernar. Alguien debe haberle explicado que, en realidad, tanto Gils Carbó como Vanoli fueron elegidos por las mayorías parlamentarias exigidas por la legalidad, que sus eventuales remociones dependen del Congreso y que los legisladores previeron que la estabilidad en sus cargos sea cruzada con los mandatos del Ejecutivo para garantizar independencia, tesoro caro a las instituciones.
La de ayer, primera conferencia de prensa que dio como mandatario electo, lo mostró dubitativo, recurriendo demasiado a Marcos Peña (quizá su jefe de Gabinete) en las preguntas más incisivas, tratando de irradiar tranquilidad donde en verdad hierve una caldera entre los suyos que quieren hacer política y los también suyos que pretenden ir por todo desde el minuto cero de su gobierno.
Si algo queda claro es que el mensaje de los electores no implicó ningún cheque en blanco y que el Sillón de Rivadavia viene acompañado de una serie de dilemas que no se solucionan con frases de manual de autoayuda.
Hay un presidente nuevo, algunos problemas viejos y un país que, mal que le pese, está dividido 50 y 50 entre los que lo apoyaron y los que no lo eligieron para su cargo.
Eso no hace menos legítimo su triunfo. Simplemente hace más difícil su tarea.

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